miércoles, 31 de julio de 2013

Romance con historia


 
Parece ser que nuestro romance con el alcohol viene de larga data, y que el mismo valor que sentimos que nos daba una cerveza a los 15 años para confesar algún amor, lo sintieron los pueblos ancestrales y por ello le dieron un valor mágico.

 Las primeras evidencias de bebidas alcohólicas, fermentadas, datan de hace casi 10.000 años en el norte de China . El alcohol aparece casi en simultaneo con la agricultura. La posibilidad de almacenar granos debe haber traído también, por accidente, la fermentación de algunos, y poco tiempo después la domesticación de ese proceso para crear las primeras formas de cervezas y vinos.

En cambio, para poder disfrutar de una buena grapa o un whiskie, tenedremos que esperar bastante,  ya que las bebidas destiladas surgieron en torno al siglo VIII y IX y se atribuye su descubrimiento a alquimistas islámicos y físicos persas. Sin ir más lejos, la universal palabra alcohol procede del árabe.

Sea como fuera, en poco tiempo le tomamos el gustito al alcohol , y fueron tan marcados los efectos que nos produce tomo el estatus de sustancia divina, via de comunicación con los dioses, y logro un papel importante en todas las  mitologías y rituales de los pueblos conocidos.

Podemos mencionar algunas deidades y ritos asociados a estas bebidas como, por ejemplo, el culto que los egipcios rendían a Osiris por haberles permitido conocer el vino y la adopción de normas de convivencia benévola y tolerante, frente a la veneración griega a Dionisio dios del vino–y de su equivalente Baco entre los romanos- como un dios liberador, del frenesí, de la danza,  y las delicias a los mortales,  a través de los muy nombrados bacanales. De este lado del charco podemos mencionar al Dios Maya del balché. El balché es un vino preparado con la corteza de un árbol del mismo nombre, y agua pura de Cenote, y era la bebida sagrada por excelencia. Y la Chicha Inca, obtenida del maíz, que se bebía, y continua bebiendo en  las fiestas,  celebraciones y rituales.  


Ahora, si vamos a hablar de alcohol, los nórdicos se llevan todos los premios, y como estamos en el Sur, tierra cervecera, ¿como no imaginarnos a un gigante vikingo empapándose de cerveza?

Se sabe que para la cultura vikinga la cerveza ocupa un lugar relevante, y disponían de varias formas de elaboración de cerveza. La más conocida es una bebida precursora de lo que conocemos como cerveza de miel, hidromiel, que se fermentaba con levadura de cerveza, y fue consumida también por griegos, romanos y celtas. Pero se cree que a la cerveza le agregaban también algún que otro alucinógeno,  causando violencia desatada y carcajadas delirantes.

Y es que para los guerreros Vikingos la mayor aspiración es morir como un valiente en combate, para luchar junto a los dioses en el Ragnarok (la gran batalla apocalíptica final contra los gigantes). Sin duda el consumo de estos brebajes debe haber contribuido a esa fama de temerarios que caracterizo a los vikingos.

Pero además de ser grandes guerreros los vikingos eran muy buenos comerciantes y exploradores, para lo que utilizaban sus celebres embarcaciones los  drakar. Y la cerveza era tan pero tan importante que cuando alguna conquista o viaje de exploración los mantenía lejos por mucho tiempo los drakar era donde se elaboraba y almacenaba la cerveza. Y las astas de estos barcos, que se creía eran un adorno, se usaban en realidad para beber cerveza. Y se ve que bebían en forma realmente desaforada, ya que estos recipientes tenían un protector nasal de metal, probablemente para que la bebida no entrara por la nariz!

Pero la Cerveza tiene además un protagonismo dentro de la mitología vikinga, ya que supuestamente en el Valhalla, una de las casas del paraíso para los vikingos, en la que Odín daba cabida a los mejores guerreros caídos en batalla, había una cabra gigante y de sus ubres brotaba ininterrumpidamente cerveza.

Más de uno quisiera pasarse una temporada en la casa de Odin…pero a falta de ello, esta noche brindemos con una cerveza helada!

miércoles, 10 de julio de 2013

Goulash con spaztle, comida con abrazo de abuela

No sé muy bien cómo aprendí a hacer el goulash, pero sé que cuando cocino este guisito de pocos ingredientes y sabores impresionantes mi casa se transforma en la casa de mi abuela. Viajo en el tiempo, en el espacio, y entro en su cocina enorme, la cocina de mi infancia y los olores son idénticos.
Creo que es una de las cosas más maravillosas que pueden pasar en una cocina. Hacer que inconcientemente las manos, el olfato y las probaditas incesantes durante la cocción, logren un plato que condence los mejores sabores que se puede ofrecer, sin pensar ni en la receta, ni en la estructura del plato es lo más. Es como si siglos de cocinas y manos cocineras se fusionaran con las mías, y el cuchillo que corta las cebollas, se moviera al ritmo de la música gitana, y pusiera en juego todos los truquitos y guiños culinarios que fueron descubriendo los cocineros y cocineras del pasado.
El goulash es una comida tradicional magyar. Es un plato de pobres, de pastores, que originalmente se hacía deshidratando un guiso de carne, que se lo llevaban a las montañas y lo iban hidratando en porciones… Es una receta que según dicen los expertos comenzó a tomar forma en el siglo IX entre quienes eran los antepasados de lo que hoy son los húngaros antes de que Hungría en tanto tal existiera. Pero fue sin embargo recién en el siglo XVI, con la invasión de los turcos que introdujeron el pimentón en Hungría, que esta misma carne comenzó a ser sazonada con paprika, además de cebolla, dando origen a lo que hoy en día conocemos como "goulash". Es un guiso simple y sabroso, que fue mutando con el correr del tiempo hasta propagarse por todo el Imperio Austro-Húngaro. Hoy los gourmets toman este plato cuya simpleza lo hace fabuloso y le han incorporado verduras, cremas, vinos, que si bien hacen unos guisados exquicitos, no son goulash.
Hay un otro goulash, que es el seike goulash que es la misma preparación pero con el agregado de chucrut y carne ahumada, que es el dueño de mi corazón… pero el goulash clásico es la base, así que como dijo Jack el destripador, vamos por partes, y primero lo primero.
El goulash tiene dos partes. El guisado, y los gnoquitos, como los bautizamos con mi hermano. Ambos son simples, y combinan de maravilla.

El goulash 

La clave del goulash es la larga cocción, con lo cual, una cacerola de hierro fundido o mi bienamada essen son un must. Se usa la misma cantidad de cebolla que carne – a kilo de carne, kilo de cebolla criolla. La carne, a mí me gusta combinando cerdo –bondiola- y carne de vaca –tortuguita-, cortada en pequeños cubos. Primero sellas la carne, con muy poco aceite de maíz –NO DE OLIVA! No es comida mediterránea, asi que no mezclemos esos sabores!! Cuando la carne esta blanquita –sellada- le pones las cebollas cortadas en pluma – siguiendo la veta de la cebolla-, el corte es grosero, porque después se desarman, pero este es el mejor corte para mezclar los productos. La carne mezclada con las cebollas la condimentas con sal y pimienta negra o verde, recién molida. Lo tapas y dejás que suden las cebollas, se van a ir ablandando y se va a formar un juguito. Más o menos 5 minutos después, lo destapas y le agregas tres cucharadas soperas de pimentón de buena calidad, tiene que haber suficiente líquido, porque si no se quema el pimentón y se arruina la preparación. Ahí lo cubris con agua, y si querés podes agregarle una cucharadita de té de extracto de tomate. Es un twist, le pone un poquito de color extra y realza el sabor del pimentón, pero atenti con la proporción, es muyyy poquito, con tomate se transforma en salsa, así que no zarparos!
Lo dejas cocinar por una hora y media a fuego mínimo. Cuando pasó ese tiempo, le agregas una cucharada de vinagre blanco, y cocinás media hora más. Y listo!

Para los gnoquitos:

Una taza de harina 0000, un huevo, un chorrito de aceite, sal y agua helada hasta formar una pasta lijera, que se deslice por el tenedor, como si fuera un chicle al sol--- en cocina le dicen punto letra. Ahí lo tenes que meter en la heladera, por lo menos 30 minutos. Eso hace que la pasta se asiente y puedas hacer los gnoquitos. Para hacerlos tenes que tener una olla con abundante agua hirviendo a borbotones. Pones una cucharada de pasta sobre una tablita para picar – mi abuela lo hacía sobre una vieja paleta de pelota de las que se usan para la playa, pero cualquier tablita de superficie pulida sirve. Ponés una cucharada de masa y con un cuchillo separas una tirita, como si fuera un gusanito de masa, lo llevas hasta el borde de la tabla y mojando el cuchillo en el agua hirviendo, vas cortando pedacitos y empujándolos al agua con la hoja del cuchillo. Cuando suben a la superficie del agua los retiras con una espumadera y los pones en una fuente. Rocialos con un poquito de aceite para que no se peguen. Esto tarda un ratito hasta que terminas la preparación. Cuando terminás, los pones 3 minutos al horno, en la fuente, para que estén calentitos…

Con qué acopañar esto además de con un buen vino tinto… Mientras lo preparas, hay un trago muy húngaro que es el Spritzer húngaro

-          3 partes vino blanco dulce
-          1 parte soda












Pero la reversión de este trago que surgió durante el tiempo en que el Imperio Austro Húngaro controlaba la bella Venezia es mucho más rico, ya que al vino blanco le agregas una medida de Cynar o Campari y lo podes ir bebiendo mientras preparas el plato!
  
Campari -Sprizter  Ingredientes
  • - 2 partes Campari
  • - 1 parte Soda
  • - 3 partes Prosecco (vino blanco espumoso)


Ingredientes para 4 personas
1 kg de carne  ( ½  bondiola y ½ tortuguita)
1 kg de cebolla criolla
Pimenton dulce –muy bueno 3 cucharadas soperas
Aceite neutro
Agua
Extracto de tomate una cucharadita de te
Vinagre blanco. Una cucharada sopera

Spaztle- gnoquitos
1 huevo
Harina 1 taza aprox.  
Agua helada un chorro (un pocillo)
Chorro de aceite (1 cuchara sopera)
Sal
 
Utencillos:
Cacerola de hierro o  marmita.
Paleta de pin pon vieja o tabla finita.


Claves:
La simpleza es lo que le da gran sabor al plato, no innovar!!
Cortar la carne en pequeñísimos trocitos.
No quemar el pimenton.
Dejar reposar la masa de los spatzle.
Rociar con aceite de girasol –no saltearlos.