Nosotras

Flor



Comer y cocinar, descubrir el mundo bocado a bocado es una de las tareas más gratas y felices que encaro en la vida. ¿Quién soy y por qué escribo acá? Me cuesta encarar una definición específica y simple. Por suerte, la realidad es mucho más rica que las ideas, y se me cayó como definición metafórica en estas vacaciones.

Estuve 21 días viajando. Me alimenté, básicamente con comidas de puestos de mercados o puestos callejeros con delicias tradicionales, descubriendo lo que los cocineros más locales ofrecían como su especialidad, probando los lugares a bocados. Mi felicidad no pudo ser más culinariamente fabulosa. Antes de emprender  la vuelta, muerta de hambre, con poca guita restante para el último trayecto de las vacaciones, ansiaba un último desayuno fuera de casa. Había pasado la noche en los silloncitos incómodos de un bar que cerró a medianoche y nos prestó –sin saberlo- sus instalaciones para transformarlo en un campamento nocturno de viajeros que ahorran la última noche de hotel. Busqué alternativas de desayunos, pero todo era excesivamente caro, plasticoso, “engringado”… Finalmente accedí a un café express grandote, y una bandejita que ofrecía dos sandwichitos mini mini, unos cubos de melón, y unas fetas de fiambre y queso sobre un colchón de lechugas (posta, era así. ¡Qué mal le hace el olor a gourmetismo al mundo de la comida de aeropuerto!) De las casi 24 hs de viaje que restaban, me pasé 23 doblada de dolor.  Me intoxiqué con comida de aeropuerto!!!

 Durante este viaje y muchos otros, en casa y otros lugares cerca, varias veces había sido objeto de críticas de nariz fruncida sobre mi preferencia callejeril de alimentación. Me auguraron hepatitis, fiebre tifoidea y miles de males estomacales que no repetiré. Por alguna razón imaginan los detractores de la comida callejera, de los cocineros de oficio, del aprendizaje culinario pasado de generación en generación, de las tradiciones populares de alimentación, que el ambiente laboratoriezco es más higiénico, más saludable, que las cocinas de hogares;  que las normas de la sociedad de consumo que se alimenta a base de alimentos procesados con ingredientes impronunciables que se venden en las mismas cajitas de cartón pintado en Kamchatca y en Buenos Aires, eran mejores; que los platos de loza con un bocadito simulando la comida superan “obviamente” a los platitos descartables y/o bolsitas de comidas recién salidas de la hornalla o parrillita. Yo no. Definitivamente no, y digo esto sin intensión de entrar en un debate sobre las normas de salubridad y la alimentación. Como en restaurantes, en bares, en boliches, en mi casa, en la calle, en donde sea realmente. Me encanta comer, descubrir sabores conocidos y familiares, otros nuevos.
Alimentos de los más diversos que me disparan sensaciones de las más intensas y fabulosas. Es así desde que soy chiquita. Ahora, cuando la comida y la cocina son celebrities, aparece más aún la posibilidad de profundizar, dialogar, explorar esos gustos, esos olores que pruebo, copio, invento, adapto, descubro y redescubro. El mundo se abre y se despliega en menúes y cocciones, y lo exploro gustosa, al mejor estilo Marco Polo.
 

Miri

Se supone que tengo que escribir algo que los ayude a saber quien soy, que quiero, que me pasa con la comida, o porque se nos ocurrió este espacio. Y bueno, la cocina, hummm, colores, olores, sabores, preparaciones, combinaciones y cocciones varias, animales o plantas que son un manjar para algunos y asquerosos para otros. En fin, para mi, la cocina es escenario de diversidad, y la diversidad, ni más ni menos que fuente de toda vida.
Será eso lo que hace que la cocina se me figure como espacio creativo, de meter las manos, olvidarme de lo importante y lo trivial también, de si el trabajo va bien, el jean me anda quedando muy ajustado, o como viene la economía mundial. En la cocina me pierdo, y perderse siempre puede ser el inicio de una aventura. Un viaje en el que me conecto con supuestos “instintos primitivos” de una humanidad originaria de los que mis profesores me ha enseñado a desconfiar. Pero antes que antropóloga, a mi manera muy particular, soy una romántica, y en viajes mentales de días en que pienso la humanidad con optimismo, me encuentro imaginando el producir y compartir alimentos como valor humano fundamental. Me figuro en la noche primitivos grupos reunidos en torno a un fuego, sacándose piojos, haciéndose un mimo y compartiendo la comida, y me da por sonreír y preparar algo rico para cuidar a quienes quiero. ¡Por suerte para ellos, no me saco piojos ni ningún otro insecto mientras lo hago!
En fin, me gusta cocinar, me gusta comer, probar nuevos sabores viajando por el mundo a miles de kilómetros o unas pocas cuadras de casa, me gusta compartir, y lo hago con todos los sentidos y sentimientos, sin llegar a los clichés de que lo importante en la comida es el “amor”. Creo que es vida, transformación, devenires…y en eso andamos, tratando de restablecer el valor de lo real. De recuperar las maneras en que las personas de carne y hueso cocinamos y comemos, pero por sobretodo, disfrutamos.  
 

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