miércoles, 6 de marzo de 2013

Las olivas ilustres de mi cocina

Las aceitunas me gustan mucho. Mucho, mucho. Tanto que mi viejo me decía Clemente cada vez que me veía pescar un par de verdes delicias de los frascos que había en la heladera. Hace unos largos meses, en la casa de una amiga –que en realidad estaba cuidando la casa de una piba que se había ido de vacaciones- cocine una cena para nosotras que titule como “pollo marroquí”, pollo, aceitunas, cascarita de limón, gajitos de limón, ajo y cebolla. Quedó fabuloso, riquísimo y con un twist. No sé si efectivamente existía el plato tal como lo hice, pero no podía estar muy lejos, pocos ingredientes y de la misma región, una larga cocción para unir su nobleza… era una parejita perfecta de unas cervezas heladas para una noche de verano. Mi vieja alguna vez había cocinado algo parecido y ese día quise repetir la sensación de boca que como recuerdo invade y remonta, tenía gustito a risas a carcajadas en el patio de su casa. Me copo y lo quise reproducir.

Estuve en septiembre de 2012 en Catamarca y me compré un kilo de aceitunotas catamarqueñas! Volví y reincidí. Debo confesar que entre uno y otro momento hay un petit agujero noire: hubo un intento de repetir el pollito marroquí que bajo las estrellas de devoto nos deleitó a mi amiga Marianita y a mí mientras bajábamos el calor en el patio bebiendo unas cervecitas Patagonia rubias.

Pero, de todo error culinario –estoy casi convencida- hay un aprendizaje. Entre conocer y saber hay un trecho, el hacerlo carne, el entender efectivamente qué es lo que cambió…

El limón tiene una virtud y un gran defecto para cocinar. Puede ser la fragancia y el sabor que le den al plato ese punch que lo separa de lo terrenal o hundirlo en la miseria de la amargura más amarga. La piel del limón NO puede tener nada de blanco, es amarga, mu-u-u-y-y amarga y cuanto más se cocina más amarga es y más invasiva es, y los hollejos entre gajo y gajo de limón –lima y amigos- también lo son, no importa cuánto tiempo los cocinen en agua separada…

Lo sabía, pero conocer no es saber, el saber hay que hacerlo carne… Hecho está. Lo blanco no se usa MAS!

El segundo intento de “pollo marroquí” había sido un desastre. Pero como no hay dos sin tres, comencé con la tres y descubrí que pollo puede ser bien sustituido por carne, cerdo o repollitos de Bruselas para los amigos veggie veggie, que combinan genial con los ingredientes de base de la salsa. En este manjar de aceitunas y sus amigas, donde la clave de este viaje estuvo en rescatar la complementariedad de los sabores de la entrada al estrecho de Gibraltar… La data:

Ajo (buena cantidad), aceite de oliva (poco, pero bueno, con una o dos cucharadas alcanza), cebollas (salteadas inicialmente con un puñadito de sal –se tienen que ablandar rápido y deshacer, porque van a ser la salsita-), comino (un amigazo del mediterráneo africano/europeo, poquitito poquitito porque se lleva el chow, si es en granos una pizca, si es en polvo media cucharadita de te), tomate (de verdad, con dos peritas alcanza), la carne (pollo, vaca o cerdo, con o sin huesos, todo queda bien) o los repollitos, la vedette –aceitunas, a gusto del consumidor-, y cascarita de limón (sacada con el pela papas dos tiritas tipo curitas,  despojadas de toda blancura, van enteras). Sal, poca pimienta blanca, un vasito de agua o vino blanco…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario