Hay pocos lugares en los que realmente me siento
infinitamente cómoda. La cocina es uno de ellos. Cualquier cocina. En cualquier
localidad del mundo, del planeta. Con los ingredientes que haya y con los que
falten también. Con poco, siempre siento que hago mucho. Me siento a gusto. La
cocina es ese lugar perfecto de la casa. En la cocina como, leo, escucho,
cocino, doy, hago, charlo, planeo.
Es extraño, entonces, que en lugar de cocinera sea
historiadora, aunque no tanto, también me gusta, pero realmente no me pasa lo
que en la cocina en un archivo. No, de ninguna manera, no. Quizá fue una forma
de preservar el espacio fabuloso de lo no digitado, ni lo “obligatorio”, ni los
deberes ser. En la cocina, en mi cocina, no hay deberes ser. No hay recetas de
sí o sí. Hay guías, hay días en los que uso vinagre, otros, limón, otros, lima,
otros, nada. Y no pasa nada si cada día, cambio uno por otro. Conozco mi
alquimia y tiene poco de estructurada. Es un vale todo, de todo lo que vale. Parece
individual e intrasmisible, pero muy por el contrario, este vale todo poco
estructurado es lo que hace de la cocina una actividad tan liberadora y
fabulosa. Si sabe bien, sale. Si no sabe bien, se arregla. El entrenamiento del
paladar, es divertido. Pasarse probando y experimentando con ese sentido tan
único como es el sabor, morfando en criollo, está más que bueno.
En la receta se sintetizan estas experiencias… Me encanta ir
a comer afuera y leer los menues mientras espero para pedir, no para elegir que
quiero comer, sino para ver cómo piensa la cocina el cocinero que me va a
cocinar… Y confieso, que es una práctica habitual mía robar comida del plato de
al lado, probar lo que no pedí y dar para probar de lo mío aunque más de las
veces me trae problemas por no saber pedir permiso para inmiscuirme en la
comida ajena
El gusto por la comida y la cocina se transmite, y muchas
veces cosas que invento en los agasajos a mis amigos y amigas, son platos
que se transforman en recetas, es decir,
se repiten y también se transmiten. En la receta hay algo súper interesante,
porque es un diálogo entre un hacer súper prácitco y una sistematización para
transmitir y aprehender. Cocinar rico y escribir los ingredientes no alcanzan
en hacer una receta y mucho menos en que otro pueda repetirlo. Mi abuela, por
ejemplo, no sabía dar recetas, sus medidas eran sus manos, la media cascara de
un huevo que usaba de medida de azúcar y leche para sus postres… Una pizca,
decis, y cómo lo transmitis? Hacer recetas también implica sistematizar lo
transmisible. Pensando en las transmisiones y herencias de sabores, hace un tiempo, le pedí a mi mamá que me escribiera las recetas
de las cosas que inventa en su cocina, sus recetas perfeccionadas, el sabor de
la casa de mi vieja. Y en estas redes de información, también me vino a la mente un proyecto que circuló hace un tiempo, yo participé y me encantó la idea de revitalizarlo, así que acá van las instrucciones a ver si sale!
Sólo hay que copiar este texto en un mail, siguiendo estras instrucciones e incluir tu mail en el número 2.1. Enviá una receta a la persona cuyo nombre y mail figuran en el numero 1 de abajo -aunque no la conozcas-. La idea es que la receta sea con ingredientes que se puedan conseguir fácilmente. De hecho, la mejor receta es esa que conoces de memoria y que podes escribirla y mandarla de inmediato.
2. Después de enviar la receta a la persona con el número 1, y sólo a esa persona, copiá este texto en otro mail, el primer correo que tiene que estar es el mío, y el tuyo tiene que estar en número 2. Sólo deben aparecer tu nombre y el mío cuando envies el mensaje.
3. Manda el mail a 20 amigos. Y al final de unas semanas vas a recibir por lo menos 36 recetas! El retorno es fácil y rápido, y solo lo tenes que hacer una vez, a medida que la lista se va moviendo, van cambiando los nombres de los lugares 1 y 2...
1. lemorfi@gmail.com
2.
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